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16-11-2007, Argentina
Sobrevivientes dan su testimonio en contra de la ESMA GACETILLA DE PRENSA

JUICIO A LA ESMA: DECLARAN DOS SOBREVIENTES EN LA DÉCIMA AUDIENCIA


Equipo de Querellantes y Abogados en la Causa ESMA, Primer Cuerpo y Campo de Mayo
Tel. contacto Dr. Rodolfo Yanzón 15-50170167
Dra. Mónica González Vivero 15-5408.3608

La décima audiencia del Juicio al ex Prefecto, represor, Héctor Febres, se inició con el testimonio de Mario César Villani, de 67 años de edad, Licenciado en Física, Jubilado.
Mario se hizo presente en el Tribunal a las 10:57hs. Ante la observación, formal, del Presidente del Tribunal, quien le indicó que” él se encuentra en las generales de la ley y bajo juramento, hecho que lo obliga a decir la verdad sobre lo vivido”. Mario respondió de manera contundente: “No sólo estoy obligado por la ley, sino por mi conciencia”.

De este modo dio comienzo al relato de sus años como prisionero durante la dictadura militar. Tres años y ocho meses privado de su libertad, tres años y ocho meses de sometimiento absoluto y extremo, como cada una de las personas que pasaron por los Centros Clandestinos de Detención. Un total de cinco Campos Clandestinos a lo largo de ese tiempo, cinco lugares siniestros de tortura y muerte, siendo el último en el que estuvo, La Escuela de Mecánica de la Armada.

Secuestraban también a secuestrados, una historia que sigue tejiendo los hilos de un plan oscuro y bestial; la incongruencia de una frase que pareciera no ser posible, pero eso hacían también. Mario Villani, estando como prisionero en la IV División de Cuatrerismo de Quilmes fue secuestrado, junto con otras diez personas más que compartían cautiverio con él, y llevados a la Escuela de Mecánica de la Armada, en el mes de marzo 1979.

Las diferentes Fuerzas mantenían internas entre ellas, compitiendo en número y bestialidad con los prisioneros que tenían a cargo. Fue así que se secuestraban a los secuestrados.

Al llegar a ESMA las reglas eran las mismas para todos, se los encapuchaba, tabicaba, engrillaba. Poco a poco los términos fueron siendo conocidos: Capuchita, Capucha, Pecera, El Sótano, etc.

Como muchos otros compañeros fue sometido a realizar trabajo esclavo, elaboraba resúmenes de prensa de todos los diarios que los represores le hacían llegar, a las 3, 4, 5 de la mañana era obligado a confeccionar esos resúmenes.
Vio a Febres,¡ cómo no verlo! Él era uno de los que “estaban siempre”, hecho que han confirmado todos los testigos que lo vieron actuar dentro de la Escuela de Mecánica de la Armada. 

La Isla del Silencio, nombrada ya en otros testimonios, esa Isla en el Tigre que les sirvió como una guarida más en tiempos de visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en 1979. Villani fue llevado con otros compañeros a ese lugar, y Febres era uno de los que estuvo a cargo de esa operación. Una Isla que no pudo con el silencio de tantas voces.

Mario César Villani sale en libertad en agosto de 1981. Mario Villani fue amenazado hasta un día antes de su declaración en el Juicio a las Juntas de 1985. 

El dolor marca, el horror vestido de verde, de azul, de todos colores, penetra la piel para siempre,  marca cuerpo y alma, pero también demuestra que es posible burlar a la muerte, ingeniárselas para apartarse, aunque más no sea, unos segundos del olor y el sonido del miedo: “La época más difícil de la ESMA fue cuando estábamos todo el día tirados en una colchoneta con capucha y esposas, no podíamos hablar. Entonces desarrollamos un modo de comunicación por golpes en la pared, cada cinco golpes era una palabra del alfabeto, llevaba mucho tiempo armar una frase corta, pero el tiempo no nos faltaba”.

“La vida diaria en el campo era una tortura permanente, el no saber de qué manera me iban a matar, si en un fusilamiento, rompiéndome los huesos, cómo. El escuchar los gritos de otros torturados…la picana pasaba, pero lo otro no…”.

“El único proyecto de futuro que tenía era llegar vivo al día siguiente. Esto, durante tres años y ocho meses, es agotador”
.
Las palabras juegan un papel esencial en todos los compañeros detenidos, y en todos los que hoy al decir algo nos frenamos al instante, porque las palabras cambiaron su fondo después de la dictadura, una consecuencia que tal vez ni hayan pretendido, ni siquiera advertido, pero quedaron inscriptas con sangre: “La palabra traslado tiene un significado muy específico, es una forma de tortura, que el lenguaje diario cambió, que las palabras cambien el significado”.

Siendo las 12:39hs del mediodía, Martín Tomás Gras, de 63 años, Abogado, se dirigió al estrado para prestar declaración testimonial.

El 14 de enero de 1977, un viernes, a las 17:30hs, estando en compañía de un amigo y compañero de militancia, en el Barrio de Colegiales, fueron interceptados por un grupo de civil, armado, y subido al baúl de un coche. Un hombre joven era quien estaba a cargo del operativo, cinturón de fajina, quien hablaba por un intercomunicador, mientras decía: “A Proa, a la columna, Zarpar”, orden que hizo que el automóvil arrancara camino a la Escuela de Mecánica de la Armada.

Quien lo recibió, ni bien ingresado a ESMA, fue un hombre de edad mediana, de traje, corbata de seda, supo después que sería Whamond, álias “Duque”. Fue quien le planteó las reglas del juego, lo puso al tanto de cómo eran las cosas dentro del campo: “Usted tiene información que a nosotros nos interesa (él sabía de la experiencia previa en interrogatorios de Gras) olvídese de eso. Hoy podemos interrogar interminablemente en el tiempo y la intensidad. Sabemos del umbral del dolor de todos, cuando se accede a ese umbral se quiebra, y ahí nosotros tenemos la información que necesitamos…”.

Esas fueron una de las primeras palabras que escuchó llegado a la ESMA, en tono tranquilo, la tranquilidad que da el saberse convencido de lo que se está haciendo. Lo dejó solo un tiempo, diciéndole que lo hacía para que reflexionase. Se alejó y volvió al rato, pretendiendo una respuesta. Martín le dijo que no iba a darle ningún tipo de información, le dijo saber muy bien dónde estaba, qué grado tendría ese oficial dentro de la Marina. No mostró miedo, mostró conocimiento, que era a lo que le temían ellos, y contra lo que tomaban represalias. El saber del otro era la prueba más contundente de su propia ignorancia, frente a tanto.

Comenzaron a subirlo, al tiempo que fueron abriendo celdas, dejándole ver compañeros engrillados, encapuchados: “Buscaban un efecto doble, por un lado desmoralizar, y por el otro mostrarme que estaban vivos…”

“La única manera de obtener información es darle una esperanza al torturado”  Esto le decía Whamond a Gras. 

“La tortura produce miedo, el dolor parece insoportable”, decía Martín a lo largo de varios pasajes de su relato. El miedo que se extendía mucho más allá del dolor físico provocado por las descargas eléctricas, el miedo de no saber en qué podía llegar a convertirse uno luego de eso.

Las sesiones de picana eléctrica se sucedieron durante varios días, recién al cuarto de permanecer en ESMA pudo beber agua. Un hecho que le dio registro de lo que producía la tortura más allá del dolor físico: “Cuando llego a Capucha tengo mucha sed, la guardia empieza a repartir botellitas de agua a los prisioneros, me la tomo de un solo sorbo. EL guardia comienza con una segunda vuelta y alguien le prohíbe continuarla, deja entonces una botella entre dos detenidos, levanté mi capucha y veo la botella, es cuando aparece una mano que trataba de alcanzarla, escucho un ruido, cuasi animal, y otra mano que se adelanta para tomar la botella. Ese gruñido era mío…Esto es lo que significa vivir en un Centro Clandestino de Detención, es un esfuerzo constante por resistir a la intención de perder la humanidad”.

Gras también ubicó al genocida Febres dentro de los que “estaban siempre”. Lo identificó como el asistente de Pernías, de quien estaba aprendiendo a una velocidad extrema todo lo peor que se podía aprender. De Pernías se decía que era quien tenía “más horas vuelo, o más horas máquina”, y Febres era su mejor alumno.

“Uno tiene la sensación, cuando cuenta estas historias, que está describiendo una máquina de matar, pero no es exactamente así, era una máquina de producir terror, el fin último era el disciplinamiento social”,  expresaba Martín Gras, volcando uno de los conceptos más contundentes a la hora de poder entender no sólo el funcionamiento de ESMA, sino de la dictadura en todas sus formas.

Una Escuela que fue siembra de asesinos concientes, partes de un plan sistemático de exterminio, piezas todas fundamentales para que la maquinaria pudiese andar, labores que se rotaban, se superponían, se retroalimentaban. Funcionales todos al secuestro, la detención, la tortura, la muerte. Febres es una parte de ese todo. Pero: “Hoy, es siempre Todavía”.

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